Las necesidades nutricionales cambian con la edad y los hábitos de vida. Con el paso de los años la absorción y el metabolismo de los nutrientes en nuestro organismo varían, provocando un cambio en nuestras necesidades.
Además, determinadas circunstancias asociadas a la edad, como los problemas para masticar y tragar (provocados por el deterioro en la dentadura y una menor producción de saliva y que provocan gases y estreñimiento), la falta de apetito, la debilidad, etc. contribuyen a que disminuya la ingesta de nutrientes y que ésta sea en muchos casos insuficiente.
En la llamada “tercera edad” se incrementan asimismo las posibilidades de desarrollar enfermedades como la hipertensión y la diabetes, estrechamente relacionadas con la nutrición. Una alimentación inadecuada multiplica el riesgo de contraer enfermedades e incluso de muerte, y puede llevar asociada la aparición de deterioro cognitivo, anemias, dificultad para controlar determinadas enfermedades y una aceleración de las enfermedades degenerativas, que ya de por sí están asociadas a una malnutrición.
Por todo ello, para las personas mayores es –si cabe- aún más importante llevar una dieta equilibrada y mantener un estilo de vida activo.
En el caso de las personas mayores, al igual que en el resto de las etapas de la vida, hay que realizar cinco comidas diarias que incluyan la cantidad adecuada de nutrientes esenciales, entre ellos las proteínas, que contribuyen al desarrollo y mantenimiento de la masa muscular y al mantenimiento de los huesos en condiciones normales.
Las proteínas han de representar aproximadamente el 20%-25% de la dieta (sobre todo las procedentes del pescado, las verduras y las hortalizas y no abusar de la carne).
Las grasas deben constituir alrededor del 25% del aporte nutricional total de la dieta de las personas mayores. A pesar de sus consecuencias negativas para la salud cardiovascular, las grasas han de tener cierta presencia en nuestra alimentación, eso sí, siempre que sean monoinsaturadas en alrededor del 15% (este tipo de grasa es la que está presente, por ejemplo, en el aceite de oliva).
En lo que respecta a los hidratos de carbono, han de representar el 55%-60% del aporte nutricional de las personas mayores. Están presentes en cereales, frutas, legumbres y en la pasta y el arroz.
El consumo de lácteos también es muy importante, en esta etapa de la vida, preferiblemente desnatados, dado que son fuente de calcio, esencial para combatir la osteoporosis.
Y también hay que ingerir alimentos ricos en vitamina A, B y C, presentes en determinadas frutas como los albaricoques y las mandarinas (los melocotones y los lácteos contienen vitaminas A y B y las naranjas vitamina C).
Se debe limitar el consumo de sal (para evitar la retención de líquidos y la hipertensión) y azúcar (dulces) y vigilar muy de cerca la hidratación. Es necesario tomar continuamente agua a lo largo del día (entre 2,5 y 3 litros), preferiblemente fuera de las comidas y en pequeñas cantidades. Ayudará a evitar la deshidratación y hacer frente al estreñimiento tan frecuente en esta etapa de la vida.
Suplementos nutricionales
Los suplementos nutricionales pueden ser de gran ayuda en las personas mayores, para hacer frente a todas las inconveniencias anteriormente mencionadas (problemas para masticar y para tragar, falta de movilidad, debilidad general, apatía, etc.).
La presencia en la farmacia de productos indicados para la tercera edad responde a los requerimientos especiales de esta etapa de la vida, especialmente en aquellos casos en los que se necesitan dietas especiales: hiperproteica (alimentación deficiente), pobre en grasa (dislipemia o diabetes), pobre en potasio (enfermedades cardiovasculares o renales), pobre en sodio (diarreas o en enfermedades cardiovasculares), dificultades para masticar (enfermedades neurológicas y accidentes cerebrovasculares), trastornos digestivos (enfermedad inflamatoria intestinal, enfermedad celíaca e insuficiencias hepáticas o pancreáticas) y rica en fibra (estreñimiento o diabetes).